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jueves, 31 de julio de 2014

Examinad si los espíritus provienen de Dios

Luis Gonçalves de Cámara
De los Hechos de san Ignacio recibidos de labios del mismo santo (Cap. 1,5-9: Acta Sanctorum Iulii 7 [1868], 647)
Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctorum, escritos en su lengua materna. 
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior. 
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo: 
«¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?» 
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo. 
Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.

miércoles, 30 de julio de 2014

Himno-Laudes



Buenos días, Señor, a ti el primero 
encuentra la mirada 
del corazón, apenas nace el día: 
Tú eres la luz y el sol de mi jornada. 

Buenos días, Señor, contigo quiero 
andar por la vereda: 
Tú, mi camino, mi verdad, mi vida; 
Tú, la esperanza firme que me queda. 

Buenos días, Señor, a ti te busco, 
levanto a ti las manos 
y el corazón, al despertar la aurora: 
quiero encontrarte siempre en mis hermanos. 

Buenos días, Señor resucitado, 
que traes la alegría 
al corazón que va por tus caminos 
¡vencedor de tu muerte y de la mía! 

Gloria al Padre de todos, gloria al Hijo, 
y al Espíritu Santo; 
como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos te alabe nuestro canto. Amén.


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lunes, 28 de julio de 2014

La misericordia divina y la misericordia humana



San Cesáreo de Arlés
Sermón 25,1
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla. 
Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo. 
Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra. 
¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo. 
Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a La iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho:Dad, y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podéis, según vuestras posibilidades.
R/. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará.
V/. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

jueves, 3 de julio de 2014

«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» Jn 20, 24-29

El texto del evangelio de ayer al igual que el de hoy cuestionan mi fe. ¿Como esta mi confianza en el Señor? ¿Soy de las que solo se sienten seguras cuando todo esta bien?¿Esta mi alma tan cerrada en el dolor que no puede ver lo bueno que sale de una situación difícil?
Tomas no podía creer que Jesus había resucitado, era mas fácil pensar que todos se habían puesto de acuerdo en jugarle una broma pesada que creer en lo que el mismo Jesus les había anunciado, es que no tenia ninguna lógica, como era posible que alguien se resucitara a si mismo pues no había otro profeta que lo levantara. Sin embargo, cuando lo vio a Jesus en cuerpo y alma entendió que era posible porque El era Dios, por eso exclama desde el fondo de su corazón:" Señor mío y Dios mío".

Nosotros no vivimos en esa época y estamos llamados a creer sin ver. Pues Jesus ya no se anda apareciendo por ahí pero es tan real como lo fue antes. Nosotros que creemos por fe en que El vive, así mismo debemos creer por fe que pase lo que pase si vamos de la mano con Jesus saldremos victoriosos.
Ya no hay espacio para una fe infantil, que necesita señales, que nos calmen la tempestad o palpar el costado, debemos aprender a confiar aunque aquello que queramos que pase no pase nunca. Porque nuestra vida esta en las manos del Padre y El nos ama, eso nos basta.

" Amado Jesus, yo creo, pero aumenta mi fe. Que tu gracia sea todo lo que necesite pues en mi debilidad te haces fuerte. He sobrevivido temporales, desiertos y toda clase de calamidades porque tu mano me sostiene, recuérdame cuando lo olvide, pues lo que hiciste por mi en el pasado lo puedes hacer de nuevo y aun si no lo haces te seguiré porque tus planes son mejores que los míos y me acojo a tu voluntad con infinita confianza. Amen"

Lectura Patrística ¡Señor mío y Dios mío!



San Gregorio Magno, papa
(Homilía 26,7-9: PL 76,1201-1202)
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese? 
Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección. 
Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?» Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto has creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, viendo creyó, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada. 
Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.

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