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martes, 25 de noviembre de 2014

Llegarás a la fuente, verás la luz

Llegarás a la fuente, verás la luz

San Agustín
Tratados sobre el evangelio de san Juan 35,8-9
Nosotros, los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche está avanzando, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. 
No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la sublime gloria, aquella voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz - dice- traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Pero, como nosotros no estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones. 
Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y -como dice también el apóstol Pablo- iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón, y cada uno recibirá la alabanza de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas. 
Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? ¿Qué es lo que veremos? 
Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos - dice el mismo Juan-, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. 
Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas celestiales; pero el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Ha llegado ya el momento en que yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de él.
R/. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o de sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
V/. Lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente.
R/. Porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
(Lectura patristica de hoy)

viernes, 21 de noviembre de 2014

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Dio fe al mensaje divino y concibió por su fe

San Agustín, obispo
(Sermón 25, 7-8: PL 46, 937-938)
Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella? 
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno. 
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que lleva en el seno. 
María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza. 
Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Estos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos» y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Himno



Este es el tiempo en que llegas, 
Esposo, tan de repente, 
que invitas a los que velan 
y olvidas a los que duermen. 

Salen cantando a tu encuentro 
doncellas con ramos verdes 
y lámparas que guardaron 
copioso y claro el aceite. 

¡Cómo golpean las necias 
las puertas de tu banquete! 
¡Y cómo lloran a oscuras 
los ojos que no han de verte! 

Mira que estamos alerta, 
Esposo, por si vinieres, 
y está el corazón velando, 
mientras los ojos se duermen. 

Danos un puesto a tu mesa, 
Amor que a la noche vienes, 
antes que la noche acabe 
y que la puerta se cierre. Amén.


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viernes, 7 de noviembre de 2014

" Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. "2M 12,34-46

En estos dias dos muertes inesperadas de personas conocidas me han puesto ha reflexionar. Uno de ellos fue un hombre piadoso que encontro al Señor y murio de forma accidentada pero con la gracia de recibir los santos oleos; aunque duele su muerte me da paz saber que el Señor lo llamo a su presencia y tengo la confianza de que esta con El en el cielo.
El otro ,sin embargo, vivio una vida desorganizada y aunque se daba mucho a querer, no llevaba una vida de gracia, pero la muerte tambien lo encontro de forma inesperada. Ante esta segunda tragedia me sentia mas triste porque no habia el consuelo de la fe vivida, pero sabia que se podia orar por los muertos para pedir la misericordia de Dios. 
Hoy me encontre con esta lectura de la segunda de Macabeos donde explica claramente porque los catolicos pedimos por los difuntos, no es un instinto natural sobre el pensar en la misericordia de Dios sino que tiene base en estos versiculos donde un grupo de soldados judios murieron en idolatria y el Señor inspiro a Judas para que hiciera sacrificios y fueran liberados del pecado.
Me fascina ver como Dios nos ama tanto que nos da oportunidades de salvarnos aun en la muerte. Oremos con confianza por nuestros difuntos, especialmente por aquellos cuya santidad no conocemos pero no olvidemos orar por aquellos que no tienen a nadie que pida por su salvacion.

"Eterno y adorado Padre, te ofrezco el cuerpo y la sangre, el alma y la divinidad de tu amadisimo hijo, nuestro señor Jesucristo, como expiacion de nuestros pecados y los del mundo entero. Ten misericordia de todas las almas que han muerto fuera de tu gracia, perdona sus pecados tu que todo lo puedes pues tu misericordia es mas grande que tu justicia. Amen"