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lunes, 7 de febrero de 2011

El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mi y yo en él. Jn 6,56

La Eucaristía es un milagro, en ese pequeño pedazo de pan, Jesús cumple lo que dijo a sus apóstoles en la última cena, ese es su cuerpo y cuando participamos de él, tenemos a Jesús dentro de nosotros, permanece en nosotros.
Lamentablemente, muchos no comprenden esta manifestación del amor de Dios, que es tan humilde que se quedó en un pedacito de pan y un poco de vino, hay muchos testimonios de milagros eucarísticos, pero nuestros corazones son duros y se niegan a creer porque sabemos que si creemos, entonces no podemos tomarnos la misa a la ligera.
Muchos llegan tarde, se la pasan hablando o distraídos en sus pensamientos y se olvidan de que es el mismo Jesús que está hablando en labios del sacerdote, que los ángeles y los santos nos acompañan a cantar el santo y que al rey se le da todo el honor y se le presta toda la atención.
Para poder entrar en la comunión , debemos tener una hora sin tomar alimentos y sobretodo estar libres de pecado mortal o de lo contrario, nos comeríamos nuestra propia condenación, pues ensuciamos a Jesús con nuestras faltas más graves.
Jesús nos dio este regalo para que podamos tener mayor intimidad con El, como el mismo dijo que cenaría con nosotros y nosotros con él; allí en nuestros corazones, tenemos cada vez que comulgamos, la cena más íntima con el amigo más fiel, que nos reconforta, nos llena de paz y de alegría.
"Señor, perdoname por restarle importancia a tu fiesta y faltar a misa por cualquier excusa, ir sin la debida preparación y comulgar estando en pecado, ayúdame a sentir tu presencia en cada Eucaristía, de modo que nunca me queden dudas de que realmente estás ahí. Amen"

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