La fe es el don que nos abre las puertas a Dios, nos hace reconocer que hay alguien más grande que nosotros que nos ama y nos guía. Ahora bien, la fe crece en nosotros en la medida que nosotros se lo permitimos,es decir, debemos apoyar nuestra fe con nuestros actos pues de nada nos sirve decir que creo en Jesucristo si continúo deliberadamente haciendo todo lo que El desaprueba.
Jesús nos lo confirma en el evangelio cuando habla de las ciudades corruptas que fueron destruidas por el pecado porque si en ellas se hubiesen obrado los milagros que El hizo en su tiempo se hubiesen arrepentido. Sin embargo, Corozaín, Betzaida y Cafarnaúm no se arrepintieron a pesar de lo que habían visto y oído del mismo Dios hecho hombre.
Pidamos a Dios una fe no sólo de la mente sino del corazón, aquella que es capaz de lograr en nosotros un corazón amoroso, perdonador y libre de toda impureza.
"Señor, creo, pero aumenta mi fe de tal modo que cada vez que sienta el impulso de ofenderte me detenga, porque nos has advertido las consecuencias de nuestros pecados, quiero subsistir, quiero creer más y más. Amen"
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