Creer que Dios nos ama nos anima a amar a los demás porque cuando queremos corresponder a alguien que se preocupa por nosotros hacemos lo que le agrada no porque los demás lo verán bien sino por el deseo de hacer feliz a quien nos hace feliz.
De niños nos preocupamos mayormente de exigir atenciones y regalos de nuestros padres, pero en la medida que crecemos y valoramos todo lo que ellos han hecho por nosotros nos invade un gran deseo de devolverles en abundancia lo que nos han dado de gratis. Así mismo nos pasa en el camino espiritual. Cuando conocemos al padre nos encanta la promesa que nos hace Jesús de que todo el que pide recibe y nos pasamos horas y horas haciendo una lista de peticiones muchas veces interminable. Pero cuando esa semillita de fe germina y crece piensa más en agradecer y poner al servicio de los demás los talentos que se han recibido. Al final seremos juzgados por lo que dimos a los demás, por nuestra misericordia con los más necesitados, por nuestro amor a los que nos rodean.
¿Has madurado o sigues siendo un niño en la fe?
"Señor, a veces me comporto como un niño y quiero utilizarte como un mago que me da todo lo que pido y de inmediato. Recuérdame que lo importante no es lo que recibo de ti sino lo que doy a los demás para que puedan conocerte a ti a través de mí. Quiero practicar mi fe en el amor hacia mi prójimo, prestame tu corazón pues sin ti me vence el egoísmo. Amén"
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