El pecado nos esclaviza. Si grabáramos nuestras confesiones nos daríamos cuenta de que siempre o la mayoría de las veces hay un pecado que se repite. Nos sentimos mal y hasta nos da vergüenza pero no terminamos de cortar la raíz de ese mal en nosotros. A veces es por falta de esfuerzo porque sólo nos acordamos de esa falla cuando nos vamos a confesar e inmediatamente salimos del confesionario se nos olvida el propósito de enmienda que nos hemos hecho.
Jesús nos recuerda que no es con nuestras propias fuerzas que venceremos al mal sino con la suya. El es más grande que cualquier profeta que haya existido porque es el Hijo de Dios, Dios hecho hombre que ha venido en nuestra ayuda. Invitemos a Jesús a liberarnos definitivamente de nuestros pecados.
"Señor, inconscientemente caigo en lo mismo una y otra vez, ya no quiero ser igual, ven a mi corazón y limpiame de mi maldad, especialmente de mi ____________ . Por tus santas llagas he sido sanado y quiero en mi libertad entregarte todo lo que soy para que lo transformes en reflejo tuyo. Amen"
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