Cuando entramos en la presencia del Señor, estamos en la montaña sagrada, podemos ver su gloria, sentir su amor y escuchar la voz del Padre indicando que le obedezcamos porque es su Hijo Amado. Nosotros somos los testigos de que Jesús es el hijo de Dios, no porque lo hayamos escuchado de alguien, sino porque lo hemos vivido.
Es una sensación tan maravillosa que no queremos que se termine, pero nos toca bajar del monte y contar a los demás porque el Hijo del hombre ya resucitó de entre los muertos, no es tiempo de callar sino de gritar a viva voz que Jesús es el Mesías, nuestro único Señor y Salvador, a quien debemos darle toda honra, gloria y honor por todos los siglos.
"Gracias, Señor, por permitirme contemplar tu gloria, porque creo por lo que vivo contigo cada día y no por lo que me cuentan, gracias porque día a día tu palabra aumenta mi fe y es la confianza en ti la que me ayuda a caminar en el desierto hacia la tierra prometida. Que todos puedan conocer tu amor y tu poder. Amen"
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