Dios nos alimenta con su palabra, pero también con el cuerpo y la sangre de Cristo. El es el pan vivo que bajó del cielo y quien come de El no volverá a pasar hambre porque no solo de pan vive el hombre. Sin embargo, hay una condición para sentir saciedad y es cumplir la voluntad del Señor, andar por su camino sin replicar.
Nuestra naturaleza humana es igual a la del pueblo de Israel, nunca estamos conformes, el Señor abre el cielo para nosotros y envía maná, pero nos cansamos de la bondad del momento, queremos más, queremos sentir la algarabía de cuando estábamos pecando, muchas veces sentimos que nos iba mejor cuando no le seguíamos porque ahora que decidimos tomar un camino de bien, todo nos sale mal.
Somos tercos, pero el Señor en su misericordia nos sigue invitando a la conversión porque El también desea darnos más pero no cuando no podamos apreciar esa bendición, no cuando pueda hacernos daño, no cuando queramos controlar a Dios.
Cuando seamos dóciles a El y encontremos nuestro propósito, entonces no importarán las dificultades ni el silencio de Dios, sabremos que dondequiera que vayamos El estará con nosotros y luchará nuestras batallas, nuestra vida estará llena de paz y nos reconocerán como hijos de Dios porque nuestra felicidad será estar en su presencia no comer carne o cualquier otra cosa material.
"Amado Señor, perdona las veces que he despreciado tu gracia por querer recibirla de otra manera, abre mis ojos y mi corazón para que pueda ver tu obrar y tu protección en mi vida, de forma que no añore lo que tenía cuando era esclavo del pecado.Que nada en mi vida sea más importante que agradarte a ti. Amen"
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