Jesús les habló a los discípulos sobre la importancia de la oración para no caer en tentación, los discípulos no hicieron caso, se durmieron y cuando llegó la hora de probar su fe, no fueron capaces de resistir porque no tenían suficiente fuerza para hacerlo.
Honestamente creo que en la medida en la que profundizamos en los mares de la oración, que es un canal directo hacia Jesús, vamos madurando en nuestra forma de actuar con el otro; sin segundas intenciones, apartando nuestro ego; podemos realmente perdonar a los demás cuando nos ofenden, podemos hacer lo que podemos y hasta lo que no para ayudar a los demás, a todos aquellos que nos necesitan.
Me dirán que hay gente ayuda mucho y no ora, es cierto, pero las razones no siempre son las correctas, hay gente que lo hace no por amor al otro sino por amor a sí mismos porque se sienten mejores o tranquilizan sus conciencias con esas acciones o peor aún para que los demás los vean. La solidaridad tiene su sentido pleno cuando lo hacemos pensando en Jesús, en que cada persona que está a mi lado es un hermano pequeño de Jesús y por eso lo ayudo gustosamente.
Mientras más se ora, más ganas se tienen de orar, es ir al encuentro de un amigo y hablar sin parar de las cosas que ambos tienen en común, descargarse sus problemas o solo estar ahí uno al lado de otro, acompañándose mutuamente... ¿Quién no quiere ir donde lo esperan con ansias y le dan tanto amor?
"Señor, quiero orar más porque no quiero caer en ninguna tentación que se me presente, quiero estar a tu lado en todo momento, enséñame a orar, quiero sentir tu presencia en cada minuto que hablo contigo y sobretodo a escuchar lo que tienes que decirme. Amen"
Tomado de Mateo 26, 14-27, 66.
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