En la primera lectura de hoy, Baruc reconoce que el pecado es lo que les ha merecido la desgracia al pueblo de Israel, el salmo pide clemencia y Jesús recuerda en el evangelio que quien le rechaza a El, rechaza al que lo envió.
Las consecuencias del pecado son funestas, la muerte es la paga del mismo, cuántas calamidades nos han pasado por tomar acciones que van en contra de la voluntad divina. La peor de todas es estar fuera de la gracia de Dios porquenos cerramos las puertas del cielo. Nuestras malas decisiones han traído consecuencias terribles, pero si aceptamos nuestras culpas y confesamos nuestros pecados se comienza a abrir un camino de liberación.
El Señor es bueno y no nos deja de perdonar, espera ansioso nuestra petición porque El quiere ayudarnos a vivir una vida abundante. Esto no quiere decir que las consecuencias de nuestros actos no las tendremos que asumir, las asumiremos porque es nuestra responsabilidad y debemos enmendar lo que hicimos, pero las consecuencias espirituales que son las más importantes se anulan porque al arrepentirnos y obtener la absolución nos unimos nuevamente a la vid, incluso más fuertes que antes porque el acto de humillación nos afianza más el carácter de hijos de Dios.
"Líbranos, Señor, de no reconocer nuestros pecados ni querer reconciliarnos contigo, por tu infinita misericordia perdona nuestras culpas y salvanos de las garras del maligno que nos quiere hacer creer que obramos bien cuando en realidad estamos fuera de tu gracia. Que podamos reconocer tus caminos y no apartarnos más de ellos. Amén"
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